Jóvenes emprendedores se lanzan a vender huevos de gallinas felices

El proyecto comenzó a tomar cuerpo el pasado agosto en una granja ubicada en Nava de Santullán bautizada con el nombre de Los Nidales

Ni locos, ni románticos, ni idealistas. Patricia Alonso y Pablo de la Fuente no han regresado a sus orígenes en la Montaña Palentina y apostado por el pueblo para cumplir ese recurrente sueño de ver nevar desde una ventana al calor de una chimenea. Las expectativas de estos dos jóvenes de 33 y 35 años, respectivamente, van mucho más allá de esa idílica estampa y tienen que ver, más que con una confortable casa, con un gallinero sostenible; con una gran familia de gallinas que cacareen felices en un entorno natural privilegiado, según publica Natalia Calle en elEconomista.

Este, su proyecto de vida, comenzó a tomar cuerpo el pasado agosto en una granja ubicada en la pequeña localidad de Nava de Santullán, bautizada con el nombre de Los Nidales y en la que, además de producirse ya ricos huevos ecológicos, florecen enérgicos brotes de agroecología.

Licenciado en Biología, él, y en Ciencias Ambientales, ella, los dos habían tenido siempre muy claro que su camino se dirigiría hacia el medio rural. La irrupción de la crisis y, con ella, el menoscabo de la formación ambiental a la que ambos venían dedicándose -«cuando se producen estos procesos el medio ambiente siempre se deja de lado», lamenta Patricia-, les dio el empujón definitivo y, tras un par de años conociendo in situ la práctica de la agroecología en Sudamérica, en 2014 decidieron apostar por la Montaña Palentina, donde están los orígenes familiares de los Alonso.

Recalaron en Nava de Santullán casi por casualidad. Habían contactado con el promotor de una granja de pollos ecológicos en la localidad para conocer su experiencia y beber de ella, y se dio la circunstancia de que él iba a abandonar su actividad. Convencidos de poder adaptar sus instalaciones a la gallina y la producción de huevos y entusiasmados con el entorno, decidieron arrendar la granja y convertirse por fin en emprendedores.

De la bioconstrucción al pasto rotatorio
Desde el pasado verano -y tras un largo proceso burocrático en el que no han contado ni con ayudas económicas ni con apenas facilidades dado el desconocimiento en la zona sobre este tipo de explotaciones-, Patricia y Pablo son criadores de gallinas felices; es decir, de animales que sólo ingieren pienso ecológico; cuentan con aseladeros para dormir, amplios ponederos y espacio específico por cabeza para moverse según normativa, y viven en semilibertad, ajenos a las jaulas, en su caso en una granja de bioconstucción levantada con pacas de paja de centeno que se convierten en un formidable aislante, tanto en verano como en el crudo invierno palentino.

Pero no solo eso; además, las gallinas de Los Nidales entran y salen libremente a picotear y disfrutar del sol y el paseo a dos corrales en los que se practican los principios de la agroecología; es decir, se busca el bienestar animal brindando a las inquilinas un agrosistema en el que prima el respeto al entorno y se aplica al terreno el concepto de sostenibilidad tratándolo como un lugar vivo que tiene valor en sí mismo. Así, explica Patricia, el edificio de la granja está dividido en cuatro gallineros, cada uno de ellos con dos puertas de salida a esos corrales en los que se practica el pasto rotativo para evitar la erosión de la tierra. Asimismo, se accede a la granja atravesando prados y sin caminos accesorios, incluso cuando hay que acarrear los sacos de pienso y a pesar de las dificultades que ello pueda entrañar con climatología adversa.

Actualmente, son 150 las ponedoras isa Brown -la caracterizada por su plumaje rojizo-, que gozan de esta vida feliz en la granja de Patricia y Pablo, que eligieron esta raza no sólo por ser «la más productiva en huevos», sino también por su buena adaptabilidad a todo tipo de climas.

Esta pareja de emprendedores sabe del sacrificio que conlleva la atención de animales 365 días del año, pero -con ayuda de algún familiar y amigos que les dan un respiro en días puntuales-, están dispuestos a mimar sus gallinas cada jornada como lo hacen desde el pasado agosto: «Pronto por la mañana vamos hasta la granja, sacamos agua en bebederos y abrimos las puertas. Salen como locas», relata la emprendedora antes de enumerar el resto de tareas que realizan a diario -fundamentalmente Pablo, ya que por el momento ella compagina el trabajo en la granja con otro empleo por cuenta ajena-: «Recogemos los huevos, limpiamos los aseladeros y ya las dejamos que libremente salgan y entren cuanto quieran para, una hora u hora y media antes de que anochezca, volver a recoger los nuevos huevos, limpiarlos, clasificarlos y descartar los que puedan tener grietas o no sean aptos para el consumo, limpiar los ponederos y rellenar los comederos».

Sin certificación por convencimiento
La producción de Los Nidales ronda los 120 huevos ecológicos aptos para la venta al día. Eso sí, no llevan el sello que los acredita como tales, sino simplemente el adjetivo de camperos, por dos razones que argumenta Patricia.

Por un lado está la cuestión económica: el contar con una certificación supone un gasto importante, más cuando se está empezando y se cuenta apenas con los ahorros; y por otro, la cuestión ideológica: «Si estamos cumpliendo los requisitos de una ganadería ecológica y sabemos que las cosas se hacen bien, no tenemos por qué pagar para convencer a nadie», dice antes de añadir que, además, hacen «una venta de proximidad al cliente, basada en la confianza», y que tienen su granja «completamente abierta» a quien quiera visitar sus gallinas y ver cómo trabajan con ellas sin más pretensiones que, simple y resumidamente, «quedarnos a vivir en el pueblo y practicar la agroecología como modo de vida».

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